Tratadistas de la economía mundial, sociólogos, no ponen atención al rubro de la cultura, quedando como un aspecto inexplorado, que en los países “sub desarrollados” es su gran potencial.
Por: José Calisaya
A fines del siglo XX e inicios del siglo XXI, la humanidad cuenta con inmensas fuerzas productivas. Los avances simultáneos en campos como la informática, la biotecnología, la robótica, la microelectrónica, las telecomunicaciones, la ciencia de los materiales y otras áreas, han determinado rupturas cuantitativas en la producción tradicional, ampliándolas a un horizonte de continuo crecimiento; sin embargo, al transitar la tercera década del tercer milenio, no se ha logrado la meta de tener un desarrollo económico y social en las periferias del mundo, es decir, en los países “sub desarrollados” o en vías de desarrollo. Realidad que nos muestra un mundo bipolar, contradictorio, donde el avance de la ciencia y la tecnología, no responde a las necesidades básicas de la población mayoritaria mundial; más al contrario, el conocimiento tecnológico está orientado a dominar la naturaleza, el hombre “desarrollado” crea desequilibrios ecológicos de gran magnitud, poniendo en peligro el ecosistema, y su propia supervivencia (informe de las Naciones Unidas, 2017).
Según Bernardo Kliksberg en su obra: “Capital social y cultural, claves olvidadas del desarrollo”, refiere que: hay cuatro formas básicas de capital; el “natural”, constituido por la dotación de recursos naturales con que cuenta un país; el “construido”, generado por el ser humano que incluye diversas formas de capital: infraestructura, bienes de capital, financiero, comercial, etc.; el “capital humano”, determinado por los grados de nutrición, salud, y educación de su población, y el “capital social”, novedosa teoría de las ciencias del desarrollo social. Los estudios contemporáneos adjudican a las dos últimas formas de capital, un porcentaje mayoritario del desarrollo económico de las naciones a fines del siglo XX. Indican que en ellos radica las claves decisivas del progreso tecnológico, la competitividad, el crecimiento sostenido, el buen gobierno, y la estabilidad democrática.
El planteamiento es razonable, porque el desarrollo social fortalece el capital humano, potencia el capital social y genera estabilidad política, que son bases esenciales para un crecimiento sano y sostenido. Alain Touraine (sociólogo y escritor francés – en su obra: Sociedad post-industrial y los movimientos sociales; 1997) sugiere: que es necesario pasar a una nueva manera de razonar sobre el problema de gobernabilidad sostenible, y plantea el principio central de una nueva política social, que concibe como condición indispensable para el desarrollo económico, abordar problema social, para que tenga carácter sustentable y equilibrado entre el crecimiento social y económico.
La teoría del Capital social y cultural, clave del desarrollo, tiene vasta incidencia en Puno, como “Capital del folklore Peruano” (Ley N° 24325; 07-11-1985), cuyos habitantes son herederos de la cultura milenaria, ancestral, colonial, etc. se convierte en una necesidad imperativa que sus autoridades presten importancia al «capital social» desde la óptica de “cultura y desarrollo”, según refiere Lourdes Arizpe (historiadora Mexicana. Obra: Cultura y cambio Global;1998); muchos tratadistas de la economía mundial, sociólogos, no le han puesto atención al rubro de la cultura, quedando como un aspecto inexplorado, que en los países “sub desarrollados” es su gran potencial; entonces, queda el reto de implementar planes y programas en los múltiples aspectos de la cultura de un pueblo, que pueden favorecer a su desarrollo económico y social; por tanto, hay que visibilizar este espacio: re-descubrirlos, potenciarlos, y apoyarse en ellos, desde una política cultura de gobierno local, regional; ello conllevará a replantear la agenda del desarrollo, desde lo que somos y tenemos. Por tanto, es una invitación a analizar y/o revisar la visión convencional que tenemos sobre el desarrollo, entonces veremos que, es necesario integrar nuevas dimensiones que nos permita fortalecer el capital social, desde la cultura para aportar al desarrollo económico y social.
Unos de los precursores del “Capital Social” es James Coleman (Sociólogo Norteamericano; gestor de la teoría de Elección racional; 1990), refiere que: “… el capital social se presenta tanto en el plano individual como en el colectivo. En el primero tiene que ver con el grado de integración social de un individuo, su red de contactos sociales y la muestra de su trabajo inter-institucional en la sociedad; el plano organizativo, es un bien colectivo, la sociedad civil organizada, que desde el suburbio donde vive (comunidad), ciudad, emprenden trabajos sociales, culturales, lo que paulatinamente va reflejando el capital social desde un orden público”, muestra de ello es el Instituto Americano de Arte, que fue una Institución cultural establecido en varios países de América Latina como Argentina, Uruguay, Ecuador, Colombia, Perú, México y Bolivia, en los que sentaron bases para la defensa, estímulo y divulgación de nuestro patrimonio cultural americano, efecto del II Congreso Internacional de Historia Americana (1937). En el Perú, se instituye en Cusco (1937), posteriormente en Puno (1941), que a la fecha conmemoramos LXXXIII (83) años ininterrumpidas de trabajo cultural, que fueron patentadas en las revistas culturales editadas desde 1948.
Desde la fundación del IAA, en ese lapso de espacio y tiempo se observó el desarrollo y el aporte que dio a la sociedad puneña, peruana y americana. Que hoy en día es mérito de análisis investigativo, lo evidencia la Tesis: HISTORIA DEL INSTITUTO AMERICANO DE ARTE EN EL SIGLO XX, Tesis presentado por los Bachilleres: Aderly Juan Valencia Quiñones y Edward Peña Flores Para optar al Título Profesional de Licenciado en Historia – Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.