Gladys, en una ambulante en carretilla, vende desayuno en un paradero de buses en la ciudad de Lima. Los escolares, trabajadores y taxistas le compran vasos de maca con pan relleno. Allí le llega la noticia que al día siguiente se declararía una cuarentena por una enfermedad llamada COVID. Mientras sirve sus desayunos, ella recuerda su llegada a la capital y cómo fue que conoció a Jhonatan, un joven guapo: su esposo; y como por teléfono fue que rompió con Juvenal, su prometido en su comunidad.
Vuelve a su habitación alquilada y encuentra como siempre a su esposo tirado en la cama, jugando en el celular. Ella le reclama, ¿el por qué no fue a trabajar? Él piensa que no todo es trabajo en la vida porque se hizo para disfrutar: a él le gusta trabajar solo dos veces por semana, pero no tienen la más mínima idea de lo que está por venir.
En cuanto se inicia la cuarentena, el primer día Gladys la pasa sumida en el asombro, abrazado a su hijo. No puede salir a vender, todas las actividades de comercio están prohibidas, Sólo tiene quinientos soles de ahorro para comprar alimentos y pagar el costo del alquiler de la habitación donde vive, junto a su suegra, que a veces le ayuda con su niño. Y Jonathan, Jonathan continua jugando todo el día en su celular.
