En su primera Misa como Pontífice, León XIV alerta sobre la pérdida del sentido de la vida y urge a llevar el Evangelio incluso donde la fe es ridiculizada
Bajo la poderosa mirada de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, el Papa León XIV celebró su primera Misa como sucesor de Pedro, marcando el inicio de su pontificado con un mensaje claro: es urgente evangelizar, especialmente en contextos donde la fe ha sido desplazada por el vacío existencial.
Acompañado por los cardenales que lo eligieron el día anterior, León XIV ingresó al templo pasadas las 11 de la mañana (hora de Roma), portando mitra y báculo, en una atmósfera cargada de simbolismo y solemnidad. La liturgia incluyó lecturas en inglés y español, culminando con el Evangelio de Mateo, en el que Jesús encarga a Pedro ser la piedra de su Iglesia.
En su homilía, el Papa visiblemente emocionado proclamó con firmeza: “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el único Salvador”, y advirtió que el mayor tesoro de la Iglesia no es su esplendor arquitectónico, sino “la santidad de sus miembros”.
León XIV no evitó temas difíciles: denunció la creciente indiferencia hacia la fe, el ateísmo práctico incluso entre bautizados y el dolor humano que se origina cuando Dios es relegado. “La falta de fe lleva a la pérdida del sentido de la vida, la crisis de la familia y la violación de la dignidad humana”, afirmó.
Ante esta realidad, llamó a la Iglesia a “gastarse hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocer y amar a Cristo”. En un mensaje cargado de humildad y responsabilidad, dijo que su misión como Papa es desaparecer para que brille Cristo, y pidió a los fieles unirse a ese compromiso desde una relación personal con Jesús.
La celebración concluyó con un emotivo aplauso de los cardenales mientras el nuevo Pontífice abandonaba el templo, dejando tras de sí una clara invitación: llevar la luz del Evangelio a donde hoy más falta hace.